Prólogos

Longino Becerra

1974

La mejor obra de Ramón Amaya Amador es, sin duda alguna, Prisión Verde, escrita inicialmente en verso, pero después vaciada al sobrio lenguaje de la prosa, aunque con rastros indudables de la primera versión. Este libro recoge la experiencia, dolorosa y brutal, del novelista como trabajador bananero. Es, en cierto sentido, una obra-testimonio, pues, como en todos los trabajos de Amaya Amador, en ella se cuenta fielmente la historia cotidiana de nuestro pueblo. Por eso pudo también decir, siguiendo el hilo de Balzac: "la sociedad hondureña es el historiador y yo no tengo más que ser su secretario".

Esta circunstancia, la de ser Prisión Verde un libro escrito sobre la base de una de las experiencias más vívidas y probablemente la que más golpeó la sensibilidad humana del novelista, determina el hecho de que Amaya Amador no haya podido superar, ni en fuerza ni en calidad literaria, esta primera creación. Por supuesto él nunca lo creyó así, y como hubo de decirle muchas veces al autor de estas líneas, su opinión era que ese libro estaba por debajo de otros, entre ellos el Ciclo Morazánico.

Prisión Verde se escribió en la década del cuarenta. Entonces los sectores democráticos y populares de Honduras vivían un proceso de acumulación de fuerzas muy importante, destinado a cambiar el clima de brutalidad, de negación de todo derecho, mantenido bajo la dictadura terrateniente-burguesa de Tiburcio Carías Andino. Ese proceso culminó con la gran huelga bananera de 1954, la que, si bien no logró todos los propósitos de los trabajadores, produjo cambios sustanciales en la historia de nuestro país. Los antecedentes preparatorios de este hecho extraordinario fueron los esfuerzos organizativos de los obreros del banano en distintos puntos del vasto imperio, así como los conatos insurreccionales llevados a cabo durante la década del cuarenta, e incluso antes. Amaya Amador, sufriendo en carne propia la inhumana explotación de los monopolios yanquis y protagonista él mismo de los esfuerzos reivindicativos de los "campeños", creyó útil escribir la historia de una de las tantas luchas frustradas que por entonces tuvieron lugar y que, como lo hemos dicho ya, no fueron otra cosa que los elementos acumulativos de la gran explosión de 1954. Esa historia es Prisión Verde.

Pero el autor no se lanzó a esta tarea como un simple cronista. La obra es algo más que el relato frío de hechos sociales, tomados por un corresponsal de guerra de las luchas de clases. En realidad, los fenómenos de una correlación de fuerzas en ascenso, fueron tomados por Amaya Amador para armar con los mismos un alegato en defensa de los trabajadores bananeros, no sólo contra la explotación de que son víctimas por las dos empresas yanquis, la United y la Standard Fruit Company, sino también contra la "leyenda negra" urdida por esos monopolios contra los "campeños", en el sentido de atribuirles una barbarie que sólo podía y puede ser producto de las brutales condiciones de vida y de trabajo impuestas en los campos bananeros. Por supuesto, este escamoteo de la verdad era y sigue siendo una simple argucia para mantener dichas condiciones y lograr así más altos beneficios en el negocio del banano. El razonamiento es éste: si los "campeños" son bandidos, delincuentes, borrachos, bestias e ignorantes ¿qué sentido tiene tratarlos de otra manera?

Pero Amaya Amador no cayó en la trampa, como ha ocurrido, consciente o inconscientemente, con muchos hondureños. Al escribir su libro no se refirió a los campos bananeros como si éstos fueran el paraíso de los altos salarios, la electricidad y las viviendas para los trabajadores. Habló de ellos como de una Prisión Verde, es decir, lugares a donde, por múltiples razones, concurren hombres y mujeres de todas partes, pero de los que ya no pueden salir, si no es al cementerio, convertidos en "matas muertas, a las que se debe despedazar a machetazos para que se pudran"; o, como expresa Máximo Luján, el personaje central de la novela, frente a los restos de don Braulio, tronchado en plena faena por la tuberculosis: "Este hombre fue uno de tantos engañados y explotados. Puso su fuerza vital en las plantaciones, primero con el anhelo de hacer fortuna y, después, por la necesidad de ganar un mendrugo. ¡Se lo comió el bananal! Murió de pie, con la "escopeta" en la mano, sirviendo a los amos extranjeros".

Luego, la clave del problema está en ponerle fin a la Prisión Verde mediante la lucha decidida de quienes la padecen. Pero esta lucha -como enseña Máximo Luján- debe hacerse en forma organizada, contando con el apoyo de los trabajadores de la ciudad y el esfuerzo combativo de todos los "campeños". De lo contrario, si la organización es débil y si son pocos los trabajadores dispuestos al combate, las compañías y sus servidores nacionales aprovecharán la coyuntura para aplastar el movimiento y atrasar el proceso de cambio. Luján predica esta doctrina y trabaja por concretarla, pero llega un instante en que el reducido grupo que ha logrado estructurar se lanza a la huelga prematuramente y el choque resulta desfavorable en toda la línea: los huelguistas son dispersados a balazos y su jefe -Máximo Luján- es asesinado por la soldadesca, la cual entierra su cadáver en medio del bananal y, para ironizar su fechoría, el jefe de la patrulla hace sembrar una mata joven de banano sobre la sepultura, la que jamás fue encontrada por los amigos del héroe.

Esta es la historia que describe Prisión Verde. Pero Amaya Amador no la concluye abrúptamente, para dejar en el corazón de sus lectores "campeños" la sensación única de la derrota. No. El autor, que escribe, como lo hemos dicho ya, en función de su militancia revolucionaria, aprovecha la oportunidad para insistir en una doctrina fundamental. Así, uno de sus personajes, el viejo Lucio Pardo, hombre que ha predicado siempre la violencia -una violencia ciega- como la única forma de resolver los problemas del pueblo, reflexiona, casi al final de la obra: "¡Ah, Tivicho, hoy hemos sabido lo que es la realidad y ya no podremos volver a engañarnos! Debemos prepararnos para la próxima vez. ¡Soldaditos... Mandadores... Capitanes... la próxima vez será distinta! ¡Mientras no estemos fuertes y unidos, seguiremos aguantándoles; pero el día que nos resolvamos otra vez, no será para contestar con «sopapos» y gritos a los tiros de fusil y a los culatazos!" Las palabras de este personaje de novela, expresados en la década del cuarenta, se cumplieron, en parte, durante la gran huelga de 1954. Desde entonces para acá falta camino por andar, aunque todo indica que nuevas acciones están en marcha contra la opresión y la explotación, ya no sólo entre los trabajadores bananeros, sino también entre los nuevos sectores del proletariado hondureño surgidos a lo largo de los últimos años.